Sin refugio ni escudo: ola criminal demuestra que ya no hay lugar seguro ante sicarios
No importa si la persona está internada en un hospital, asistiendo a un acto religioso en una iglesia, practicando deporte o descansando en su casa; en cualquier lugar o a cualquier hora, los homicidas están alcanzando a sus víctimas y acaban con inocentes a su paso.
Si lo que pasó el viernes 7 de marzo anterior hubiese ocurrido hace 30 años, esa fecha sería tema de conversación durante meses. Posiblemente se habrían creado comisiones legislativas, realizado marchas y presentado hasta tres o cuatro proyectos de ley para responder al estupor generalizado.
Pero en este 2025, lo que ocurrió el viernes 7 de marzo fue solo noticia de 24 horas, sin mayor réplica que comentarios de asombro que se fueron diluyendo con el transcurrir de la cotidianidad.
Esta fecha se convirtió en un ejemplo más de que el crimen ha hecho que la capacidad de reacción ante el actuar de los sicarios se esté perdiendo y cada vez más el país se resigne a que ya no haya lugar seguro.
¿Qué pasó el 7 de marzo?
La violencia ese viernes comenzó muy temprano. Teletica.com daba cuenta que, un par de horas antes del mediodía, un hombre fue ejecutado a balazos dentro de una pescadería en Puntarenas.
En ese crimen no hubo complicidad de la noche. Todo ocurrió a plena luz del día. Dos hombres en moto llegaron y le dispararon, sin importar que hubiese testigos o no en el local comercial.
En otras palabras, no fue necesario esperarlo a que transitara por una calle solitaria, cuando ya la mayoría de los vecinos dormía. Las condiciones parece que no pesaron en la decisión de ejecutar a su víctima.
Ya para la tarde, la violencia homicida no ocurría otra vez en esa ciudad costera, sino que se trasladaría a uno de los cantones más populosos del país. Tampoco sería ante unos pocos testigos, sino ante posiblemente cientos de conductores que pasaban cerca de la clínica Marcial Fallas, en Desamparados.
En lo que sí se asemejó al primer crimen es que los perpetradores fueron sicarios en moto, que no esperaron a que su víctima bajara del carro en que viajaba, sino que le dispararon mientras el vehiculo iba en movimiento.
Como se se tratara de una película de terror, el carro siguió avanzando varias decenas de metros, hasta terminar chocando contra local. Adentro del vehículo, la víctima ya estaba muerta.
El hecho más sangriento de ese día ocurrió en San Ramón de Alajuela, muy lejos de la peligrosidad que se respira en la capital. Tampoco ocurrió en una vía pública o en un negocio. Pasó dentro de una casa.
La tarde de ese viernes, hombres armados entraron a una vivienda y dispararon contra todo ser humano que allí estaba. Mataron a una mujer de 34 años, a un adolescente de 16, a un bebé de apenas unos meses e hirieron a una joven de 18 años, quien murió días después en el hospital.
Para antes de que se ocultara el sol ese viernes 7 de marzo del 2025, ya la violencia homicida había sumado muertes en Puntarenas, Desamparados y San Ramón, sin importar si estaban en un negocio, en un carro o, en teoría, el lugar más seguro de todos: una casa.
¿Por qué ya no hay lugar seguro?
En los últimos años, Costa Rica ha visto homicidios dentro de hospitales, en canchas de fútbol, en sodas, en cafeterías, en carros, en buses, en tiendas, en casas, en la noche, en la mañana, en la tarde. Inclusive, se ha registrado hasta un asesinato dentro de una iglesia en Pococí un Viernes Santo.
¿Por qué ya no hay lugar seguro? Carlos Alvarado, analista de temas de seguridad y exdirector del Instituto Costarricense sobre Drogas, considera que los sicarios perciben que están protegidos por "una gran impunidad" porque el uso de máscaras o cascos de moto dificulta la posibilidad de identificarlos.
"No es imposible lograr esa identificación, pero si la hace difícil", aseveró.
Alvarado sostiene, además, que el sicariato es una "actividad alevosa", en otras palabras, el asesino busca actuar "sobre seguro", garantizándose que va a sorprender a su víctima en la cotidianidad. Es por eso que trata dar su golpe cuando su blanco está confiado o descuidado.
La criminóloga Tania Molina, autora del libro 'Futuro Secuestrado', apunta a que esto tiene que ver con la semiótica criminal, es decir con los símbolos y signos del mensaje que quiere emitir el grupo organizado o el sicario.
Ella asegura que en la etapa que están actualmente esas bandas, lo que buscan es intimidar a sus rivales y a la población, con el fin de potenciar su sello violento, y la forma más efectiva es cometiendo el crimen ante todos los testigos. De hecho, si sale en las noticas, el efecto todavía es mayor.
Molina, inclusive, asegura que las supuestas víctimas colaterales no son producto de gatilleros inexpertos, sino que todo es adrede para infundir más miedo entre sus rivales.
En otras palabras, el matar a quien quieran y en donde quieran es una forma de usar el terror como herramienta.
Según datos del Organismo de Investigación Judicial, en los primeros tres meses del año 2025 ya han asesinado a 232 personas, y el 50% de los casos tiene que ver con ajustes de cuentas.