A los 96 años, María Emilia Soto sigue demostrando que la vida se celebra bailando
Viuda, enfermera, madre y amante de las plantas, esta mujer ilumina con su sonrisa y demuestra que la edad no es un límite para la alegría ni la resiliencia.
Con 96 años recién cumplidos, María Emilia Soto ha hecho de la alegría una forma de resistencia. Su presencia ilumina las habitaciones como lo hacen sus plantas en el jardín: con paciencia, ternura y una vitalidad que parece desafiar al tiempo.
Cada mañana, doña María se prepara como si la vida fuera una fiesta que merece ser celebrada con esmero. Nunca sale de casa sin estar impecable, bien vestida y con los labios pintados. Ese gesto, convertido en su sello personal, no es simple coquetería: es un acto de amor propio, un recordatorio de que cada instante importa.
El baile ha sido su compañero inseparable desde la juventud. Aún conserva el ritmo y la gracia que la han acompañado siempre, como si en cada paso reafirmara que la vida, incluso en la vejez, se disfruta mejor en movimiento.
Su historia está marcada por el servicio. Fue enfermera en su juventud, un tiempo que recuerda con emoción porque le permitió estar cerca de la gente, ofrecer consuelo y sostener manos en momentos difíciles. Hoy, aquellas memorias siguen latiendo en su forma de hablar, pausada y cargada de empatía.
Aunque enviudó hace años, el recuerdo de Guillermo, su esposo, permanece vivo, intacto, en cada palabra que pronuncia sobre él. Habla de su matrimonio con la emoción del primer día, como si el tiempo no hubiera pasado, como si el amor verdadero supiera resistir incluso a la ausencia.
María Emilia es un ejemplo de resiliencia en un país que envejece, pero que encuentra en historias como la suya un espejo de optimismo. Su sonrisa, su carácter inquieto y su pasión por lo que la rodea nos invitan a vivir con gratitud, a recordar que el secreto de la juventud está menos en los años y más en la manera en que se abrazan los días.
La vida, parece decirnos doña María, no se mide en el calendario, sino en la intensidad con la que se cultivan los afectos, los recuerdos y las pasiones.
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