Por Rubén McAdam |4 de agosto de 2025, 18:55 PM

Entre mariposas, árboles gigantes y serpientes silvestres, don Gilberth Alfaro camina con la misma calma con la que cuida un tesoro. Para muchos, él no es solo un funcionario público. Es el hombre del bosque.

Desde el 2008, es el encargado y director del Parque Ambiental Río Loro, en Cartago: el único parque de este tipo en toda Costa Rica. Tiene a su cargo 23 hectáreas de terreno vivo, con tres senderos que suman más de 10.000 árboles, además de un mariposario, tortugas, reptiles, y una biodiversidad que convierte al lugar en un santuario natural.

Estudió Ingeniería Agrícola en la Universidad de Costa Rica, casi que por herencia. Sus padres se dedicaron al campo y él decidió seguir ese mismo camino, aunque lo suyo, confiesa, va más allá del deber. Para don Gilberth, el parque no es un trabajo: es su vida. Junto a sus tres hijas, Río Loro es su otra gran joya.

Pero lo que realmente marcó su historia ocurrió en el 2010. Caminando por una de las veredas, Gilberth encontró algo que lo dejó sin palabras: un hongo creciendo en el tronco seco de un eucalipto. A simple vista, era solo una formación natural… pero, al mirarlo con atención, la silueta era inconfundible. Un ángel.

“Fue algo celestial. Uno ve muchas cosas en el bosque, pero esto me estremeció. Sentí que había algo más allá”, recuerda, con los ojos brillando.

El tronco con forma de ángel sigue allí. Algunos visitantes aseguran que pueden distinguir perfectamente su rostro, el torso, las alas e incluso una pequeña cola. Otros, simplemente, no logran ver nada. Lo cierto es que esa figura, tallada por la naturaleza misma, se ha convertido en uno de los mayores atractivos del parque.

No es una escultura, no es una ilusión óptica. Es un hongo adherido a un árbol, que el tiempo y la humedad moldearon hasta crear lo que parece ser una aparición divina. Un secreto escondido en el bosque, como un regalo para quien sepa mirar con el alma.

Don Gilberth, junto a cinco colaboradores más, cuida cada rincón del parque. Pero él es, como dicen por ahí, “el director de la orquesta”. El hombre que habla con los árboles, que conoce los caminos, que siente al bosque como una extensión de sí mismo.

Y aunque muchos lo visitan por los senderos, los animales o las vistas, al final, todos se van con la misma sensación: en Río Loro hay algo especial. Un ángel en un árbol… y otro que lo cuida.

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